Dios exige en la actualidad exactamente lo que exigió a la santa pareja en el Edén: obediencia perfecta a sus requerimientos. Su ley permanece inmutable en todas las edades. La gran norma de justicia presentada en el Antiguo Testamento no es rebajada en el Nuevo. No es la función del Evangelio debilitar las demandas de la santa ley de Dios, sino elevar a los hombres para que puedan guardar sus preceptos. – {FO 52.2}
La fe en Cristo que salva al alma no es lo que muchos presentan. “Cree, cree -es su pregón-; sólo cree en Cristo, y serás salvo. Es lo único que necesitas hacer”. La fe verdadera, a la vez que confía enteramente en Cristo para la salvación, conducirá a la perfecta conformidad con la ley de Dios. La fe se manifiesta en obras. Y el apóstol Juan declara: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”. 1 Juan 2:4. – {FO 52.3}
Es inseguro confiar en sentimientos o impresiones; éstos no son guías confiables. La ley de Dios es la única norma correcta de santidad. Por esta ley será juzgado el carácter. Si alguien que busca la salvación preguntara: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, los modernos maestros de la santificación contestarían: “Tan sólo cree que Jesús te salvará”. Pero cuando a Cristo se le formuló esta pregunta, dijo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” Y cuando el que preguntaba replicó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo”, Jesús dijo: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás”. Lucas 10:25-28. – {FO 52.4}
La verdadera santificación se evidenciará por una consideración concienzuda de todos los mandamientos de Dios, por un desarrollo cuidadoso de cada talento, por una conversación circunspecta, por revelar en cada acto la mansedumbre de Cristo. – {FO 53.1}
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